jueves, 28 de agosto de 2014

Crítica de "El Cazador" (The Rover) en @asalallena

El Cazador (The Rover)
Por Emiliano Fernández y Maia Debowicz


El Cazador (The Rover, Australia/ Estados Unidos, 2014)

Dirección y Guión: David Michôd. Elenco: Guy Pearce, Robert Pattinson, Scoot McNairy, David Field, Jamie Fallon, Anthony Hayes, Tawanda Manyimo. Producción: David Michôd, Liz Watts y David Linde. Distribuidora: Impacto. Duración: 103 minutos.

La naturalización del canibalismo.

¿Qué ha sido del cine visceral y/ o furibundo de décadas pasadas, aquel que resultaba profundamente doloroso y golpeaba tanto al estómago como al intelecto? La respuesta la encontramos por un lado en las bazofias mainstream que pasteurizan la violencia castrando sus raíces sociales, y por el otro en una seudo independencia festivalera cuyo único interés es fetichizar las carnicerías desde una lógica autosustentable y por demás vacua. Ya sea bajo el artificio infantiloide o el shock onanista de siempre, los excesos del frenesí comunal permanecen sepultados en la coyuntura cinematográfica contemporánea y sólo en algunas ocasiones salen a la luz, cuando por fin son rescatados de la abulia e idiotez procedimental.

Desde hace tiempo se anhelaba la aparición de un convite desvergonzadamente nihilista como El Cazador (The Rover, 2014), capaz de arrojar sal en las heridas con vistas a bajar a tierra esa patética utopía de “perfección humana” que muchos burgueses arrastran hoy por hoy, ombliguismo mediante. La segunda realización de David Michôd, luego de la más que interesante Animal Kingdom (2010), retoma lo mejor de la producción contracultural australiana de los 70 para “salpicar” la lente con un desparpajo gore que combina el contexto atormentado de Mad Max(1979), la rusticidad de Wake in Fright (1971) y las disquisiciones morales de Walkabout (1971), una de las obras maestras de Nicolas Roeg.

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La historia se sitúa “diez años después del colapso”, sin mayores precisiones, y comienza con el robo del vehículo de Eric (Guy Pearce) a manos de una pandilla comandada por Henry (Scoot McNairy). Pronto el susodicho se topa con Rey (Robert Pattinson), un joven con una bala en su abdomen que dice haber sido abandonado por su hermano Henry, lo que deriva en que ambos encaren un periplo por carreteras desérticas en pos de ajustar “cuentas pendientes”. Con un tono aletargado, personajes taciturnos, alegorías varias sobre yermos inertes y mucha desesperación a flor de piel, el director y guionista utiliza un realismo sucio para dosificar la información e “irrumpir” con estallidos esporádicos de crueldad furtiva.

En buena medida el film opone la candidez inconmensurable de Rey con el pragmatismo lúgubre de Eric, logrando una mixtura que ahonda con gran perspicacia en tópicos propios del Armagedón, como la naturalización del canibalismo y la exploración de los resquicios éticos de un mañana desolador. Mezcla de ciencia ficción apocalíptica, western existencial y drama minimalista, El Cazador duplica los instantes contemplativos de Animal Kingdom y analiza la rabia latente en nuestras relaciones vinculares cotidianas. Ahora bien, en simultáneo el opus lleva al extremo esta suerte de esteticismo seco que saca provecho tanto de la imprevisibilidad narrativa como de los “tiempos muertos” símil Cormac McCarthy.

A pesar de que la propuesta no llega a constituirse en una “película de quiebre” en lo que respecta a su discurso melancólico y los engranajes prototípicos de los géneros en cuestión, definitivamente aporta un soplo de aire fresco al conformismo ideológico estándar, ese esquema comercial condenado a la mediocridad. Esta pequeña anomalía dignifica a las distopías de antaño, esquiva toda categorización apresurada, ofrece chispazos de inequívoca genialidad, apuntala una inesperada química entre los protagonistas de turno y nos regala un desenlace extraordinario, en el que el amor y el respeto por los verdaderos inocentes prevalecen por sobre la lacra humana, cuya brutalidad “se da cita” a lo largo del trayecto…


Por Emiliano Fernández

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Naturaleza zombie.

Las frutas podridas tienen una belleza contra la que es muy difícil competir. Los colores mutan; nacen, mueren y resucitan mientras los pigmentos se abrazan hasta no distinguir donde empieza uno y termina el otro como una orgía de manchas abstractas. Cuando los sujetos comestibles echan raíces en los órganos de la heladera, nuestra mente es atacada violentamente por un poder enigmático que oscila entre la fascinación y el rechazo, como esos amores que, de tan inconvenientes, se transforman en relaciones (imaginarias o tangibles) magnéticas.

Las películas de David Michôd respiran hambrientas dentro de una heladera gigante que refugia a una superpoblación de frutas vencidas que te invitan a masticar vegetales zombies. El director australiano filma un cine putrefacto donde el clima es tan rancio que el mal olor atraviesa la pantalla invadiendo las butacas de curiosos insectos. Las moscas son protagonistas de sus planos, siempre cortejando a los cadáveres que nunca alcanzan la temperatura del muerto ya que arden en llamas invisibles por el calor que azota el sur australiano.

Su ópera prima, Animal Kingdom (2010), pinta un retrato de familia disfuncional que se dedica a esquivar la parca vengativa como consecuencia de los negocios turbios que se planean en la sobremesa. La película que ganó el World Cinema Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance nos obliga a convivir con personajes nebulosos que tienen la característica de llevar al extremo sus emociones: las esconden bajo tierra sin que se inmute un milímetro de las arrugas del rostro o esputan el corazón entero con flotadores para hacer pie entre tantas lágrimas. El Cazadortambién presenta a personajes desbordados por la oscuridad que emana su destino. Personajes descentrados, fuera de eje, que persiguen y son perseguidos como maratones reversibles, esclavos de los impulsos que los terminarán empujando al borde resbaloso del precipicio. Los protagonistas de ambas películas hacen hasta lo imposible para sobrevivir en esa tensión crónica donde la psiquis del relato pende de un hilo, pero en muy pocos casos lo logran y, si lo consiguen, el precio que pagan es demasiado alto.

La segunda película de David Michôd redobla su amor por Guy Pierce ya que, a diferencia de su ópera prima, el actor americano es el ombligo de la narración. Eric (Guy Pierce) busca desesperadamente en el desierto arrasado, al borde de la extinción de seres vivos, a lo único que tiene (o tenía): su auto. El thriller necromántico nos deposita en el cuerpo de Eric (Guy Pierce) para que rescatemos, junto a él, a su caballo de cuatro ruedas que le robó una banda de maleantes. El mérito del director reside en la perfección de los encuadres, ese hermoseamiento de lo mortuorio que hace posible habitar la incomodidad que genera el sabor amargo del relato. Si bien la segunda mitad del metraje no tiene la misma solidez que los primeros cincuenta minutos, El Cazador se luce en las escenas de acción con dosis de suspenso: balas que vuelan por el plano como luciérnagas de plomo en un concierto eterno de tiroteos.


Por Maia Debowicz

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