Junto a Willem Dafoe, el actor protagoniza ‘El faro’, una pesadilla marinera llena de gaviotas que sin duda será una de las pelis del año
Ha pasado mucho tiempo desde que Robert Pattinson se convirtió en un ídolo adolescente al interpretar al vampiro romántico de la saga 'Crepúsculo'. Así lo sentiréis viendo 'El faro', una película bárbara, dirigida por Robert Eggers, sobre dos fareros que conviven en un islote infernal, como el lomo del Leviatán. Él y Willem Dafoe libran un cuerpo a cuerpo sacudido por borracheras marineras y alucinaciones demenciales, en un blanco y negro brutal. Nos han tenido clavados en la butaca hasta el último segundo.
El faro es una película muy loca. ¿Cuál fue el día de rodaje más fuerte que vivisteis?
Para ser honesto, esa escena en la que le hago el amor a una sirena. No sé si contando esto estoy haciendo un spoiler. En un principio la rodamos en el mar y fue una experiencia terrorífica, porque el oleaje era durísimo y yo estaba sobre una roca en el agua, con temperaturas árticas. Fue tremendo. Y el resultado era tan incómodo que tuvimos que volver a rodar la escena. La cola de la sirena estaba helada. Era como frotar un pez mojado.
Ya que hablamos de peces, ¿cómo fue trabajar con las gaviotas? ¿Eran gaviotas especiales?
En cada entrevista me invento una historia distinta sobre este tema. Lo cierto es que nunca traté con gaviotas. En todo el mundo solo hay tres gaviotas entrenadas, que responden a órdenes. Vuela hasta aquí, da tres picotazos. Por lo visto las gaviotas son muy listas. Pero yo no tuve el placer de rodar con ninguna. Actuaba sin nada delante.
Hay una escena en la que matas una gaviota y le revientas el cráneo contra un pozo.
Era un juguete para perros, un pollo de goma, solo que lo cubrieron con plumas blancas. Creo que en el gesto de destruirlo encontré algo vicioso. Entiendo perfectamente lo que siente un perro cuando destroza una pelota, la agita y hace que se le salga todo
el relleno. Se activa un instinto primario.
En la película hay mucha agua, que viene del mar y de la tormenta. ¿Era real o usasteis una máquina de generar lluvia?
Llovía mucho, todo el tiempo. Y si no llovía me rociaban agua nada más empezar el día, así que la sensación era la misma. Estaba bien. Cuando el actor siente lo mismo que el personaje todo es mucho más sencillo. Todo lo que haga que tenga que actuar menos me encanta.
El primer día de rodaje hiciste la escena de la masturbación. ¿Cómo fue?
Esa secuencia es muy divertida. Es como una escena de manga porno bizarro. Cuando leía el guion, fue el único fragmento en el que pensé: “Eso sí sé hacerlo”. Fue divertido que me tocara justo el primer día. Me sirvió para romper el hielo.
Según tengo entendido, hiciste esta escena de una manera muy distinta a lo que habías hablado con el director, Robert Eggers. Creo que él se quedó un poco en shock.
Habíamos ensayado durante una semana, en la que yo había estado muy contenido. Robert quería que lo diera todo en los ensayos, pero me resistí. Me pareció que el primer día tenía que demostrarle que si me lo proponía podía ser muy extremo y grotesco. Y tuve una idea loca. Me vomité encima. Estaba decidido a hacerme la paja más espectacular de la historia. Una paja de premio. Así que eché la pota.
¿Eso ocurrió como me lo estás contando?
Sí, sí, fue así. Lo que pasa es que no usaron esa toma. Les pareció que era un poco demasiado. Me dijeron que se suponía que tenía que eyacular, no morir.