“El cazador”, de David Michôd
Guy Pearce y
Robert Pattinson salen a la ruta en una road movie polvorienta que, aun sin grandes sorpresas, mantiene la tensión inicial.
Por: Diego Lerer
El cine es capaz de crear incontables mitologías y pocas son tan consistentes como la idea de que Australia es una suerte de desierto post-apocalíptico plagado de rutas semi abandonadas y repleta de hombres salvajes y violentos que se afeitan muy de vez en cuando, escupen cuando hablan y le disparan a cualquier cosa que se mueva porque no tienen nada mejor que hacer con sus vidas. Esa impresión (que, es cierto, le debe mucho a la notable trilogía Mad Max) no va a cambiar demasiado para los espectadores que vean El cazador. Al contrario, seguramente saldrán del cine creyendo que, si les toca viajar a Australia, lo mejor será ir preparado para una batalla. O, al menos, que deben llevarse unos buenos desodorantes.
David Michôd, director de la extraordinaria (e igualmente mugrosa) Animal Kingdom, recoge el guante distópico en una película que es una suerte de cruza entre aquella saga de George Miller y un western con una trama digna de una novela de Cormac McCarthy. El film transcurre diez años después de un colapso económico del que no se dan muchos detalles, pero que ha dejado a esta porción del mundo en un estado catastrófico, más cerca del Lejano Oeste estadounidense del siglo XIX (con su mezcla de razas y “buscadores de oportunidades”) que de cualquier cosa que se parezca al futuro.
El protagonista es un tal Eric (Guy Pearce en versión homeless), un hombre solitario a quien un trío de violentos ladrones le roba su auto en la ruta, dejando el suyo tirado en medio de lo que parece ser una fuga. Eric toma el auto de los criminales y sale a perseguirlos con la intención no solo de recuperar el coche en cuestión sino algo, aparentemente importante, que guarda en el baúl. En el camino se topará con Rey (Robert Pattinson, haciendo esfuerzos notables por probar que es mucho más que “una cara bonita”), el hermano de uno de los ladrones, a quien los otros tres dejaron malherido en el camino. Y ambos se unirán en la persecución.
Con una estructura clásica de road movie, el film sigue las peripecias de ambos y sus encontronazos con una serie de peculiares personajes en el camino (un violento choque con un enano será tan sangriento como gracioso) en una línea narrativa bastante básica que ofrece pocas sorpresas pero que genera suficiente interés hasta el previsiblemente cruento final. El otro eje de la trama está en la relación entre el perturbado y brutal Eric y Rey, un joven que no parece particularmente lúcido ni del todo bien mentalmente (casi no se le entiende cuando habla, y no por culpa del acento), cuya historia iremos conociendo mejor a lo largo del film.
Fotografía y sonido aportan muchísimo en darle a la película un clima denso y transmitir a los espectadores la desesperante situación de vivir en un mundo sin reglas en el que la violencia es la primera respuesta ante cualquier circunstancia. Si hay alguna segunda lectura de El cazador, tiene que ver con las tremendas consecuencias humanas (psicológicas, fundamentalmente) de las crisis económicas. Es claro que Michôd va en camino a convertirse en otro cineasta todoterreno apto para cargarse, más temprano que tarde, con alguna superproducción estadounidense que necesite algún tipo de “efecto de realismo”. Esa es, al menos, la sensación que deja su película: la de ser un efectivo, potente y polvoriento ejercicio de estilo que abra al realizador las puertas de Hollywood.