En 2008, en plena explosión del fenómeno Crepúsculo, le preguntaron a Robert Pattinson cuáles eran sus cinco películas favoritas. Él respondió Ivansxtc, El exorcista, Corky Romano, Alguien voló sobre el nido del cuco y Nombre: Carmen. Las fans de Crepúsculo tuvieron que buscar al menos tres de ellas en Google pero, comparadas con el cine que ha hecho Pattinson desde entonces, esas cinco películas son blockbusters. El actor ha seguido el camino inverso al que dicta el mercado de Hollywood: en vez de empezar con películas pequeñas para acabar liderando superproducciones, ha utilizado su inmensa fama prematura para sacar adelante minúsculas películas de autor. Pero, en contra de lo que puede parecer, Robert Pattinson no se está rebelando. Se está revelando.
Él aceptó el papel del vampiro eternamente adolescente Edward Cullen creyendo que Crepúsculo era “un drama indie”. Le gustaba la anterior película de su directora Catherine Hardwick (Thirteen) y no había leído los libros, cuya popularidad estalló justo después del rodaje de la primera película. En seguida Pattinson encajó mal en el molde de ídolo adolescente: durante la promoción de la película en centros comerciales, las fans le preguntaban cuál era su secreto para mantener el pelo tan bonito y él respondía cosas como “contrato a vírgenes de 12 años para que lo laman”. Una pesadilla para los publicistas del estudio y un sueño para la prensa, que se obsesionó con las dos estrellas surgidas de la saga (Kristen Stewart y él) pero mucho más con la supernova que generó la colisión de ambas: Robsten.
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